Alejandro siempre estaba ocupado. O, al menos, esa era la excusa perfecta cada vez que se trataba de volver a casa. En ocasiones cedía y regresaba temprano, sobre todo cuando sus padres lo visitaban y todos compartían la cena en la misma mesa. Valentina se encargaba de todo: los recibía con dulzura, servía con cuidado y cocinaba personalmente los platos que llenaban de aroma el comedor. Eso fue antes. Antes del accidente.Nada en aquellas cenas le despertaba nostalgia alguna; más bien lo recordaba como un deber que nunca deseó cumplir. Forzado. Sí, esa era la palabra justa. Se sentaba ahí sólo para mantener las apariencias. A veces incluso invitaba a Chris, su amigo y socio, para respaldar su excusa de que el trabajo lo mantenía hasta altas horas con asuntos urgentes.Y ahora, paradójicamente, estaba atrapado en una cena familiar en casa de Chris Yanuardi, junto a su esposa y su pequeño hijo —a quien Alejandro veía casi como a un hermano menor—. Desde su llegada, hacía ya unas horas,
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