La primera luz del alba se filtró por debajo de la persiana cerrada, tiñendo la habitación de un gris pálido. Luca seguía dormido, acurrucado junto a Amelia en la estrecha cama de hospital. Su brazo la rodeaba protectoramente, su respiración acompasada con la de ella. El monitor cardíaco mantenía su ritmo estable, un metrónomo constante en la quietud.Afuera, sin embargo, la actividad comenzaba a agitarse. El cambio de turno trajo consigo la llegada de los especialistas convocados por el Dr. Ramírez y, discretamente, por Ricardo De la Torre. Neurólogos, cardiólogos, intensivistas. Se reunieron en la oficina de Ramírez, revisando los gráficos de la noche, las notas de la enfermera Laura sobre la súbita estabilización tras el paro, y el dato más anómalo: la presencia constante del "visitante" no autorizado.—Es... desconcertante —admitió el jefe de Cardiología, revisando el electrocardiograma post-paro—. El ritmo se recuperó espontáneamente después de casi dos minutos de
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