Los cinco minutos que el Dr. Ramírez le había concedido a Luca se convirtieron en diez, luego en treinta, luego en una hora. El mundo exterior dejó de existir. Arrodillado junto a la cama de Amelia, aferrado a su mano, el agotamiento del viaje transpacífico, sumado al shock emocional, finalmente lo venció. Apoyó la cabeza en el borde del colchón, justo al lado de la cadera de ella, y se quedó dormido. Un sueño profundo, sin sueños, custodiado por el pitido rítmico del monitor cardíaco. Mientras Luca dormía al lado de la mujer que amaba, Emilio estaba a kilómetros de distancia, sumido en una búsqueda digital cada vez más desesperada. Había pasado la tarde en un café internet anónimo, revisando cada rincón de la vieja cuenta de Hotmail de su madre. Buscaba la conexión. Buscaba el año 2004. No encontró nada de 2004. Pero encontró algo más. Encontró el hilo original. Correos electrónicos que databan de finales de 1992 y gran parte de 1993. Un amor adolescente, sí, pero intenso, vibra
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