La sala de espera privada se sentía cargada, el aire espeso por la ansiedad colectiva. Guillermo seguía caminando de un lado a otro, incapaz de quedarse quieto. Emilio estaba sentado, fingiendo revisar algo en su laptop, pero sus ojos no dejaban de mirar hacia la puerta. Ricardo y Alessandro conversaban en voz baja cerca de la ventana, susurrando estrategias que sonaban huecas ante la magnitud de la situación real.
La puerta se abrió y entraron el Dr. Ramírez y el Dr. Lombardi. Todos se pusieron de pie al instante.
—Los resultados de la resonancia son... notablemente buenos, considerando el evento de anoche —comenzó el Dr. Ramírez, mostrando una imagen cerebral en su tablet—. No hay evidencia de daño isquémico significativo. Estructuralmente, el cerebro no muestra lesiones nuevas.
Un suspiro colectivo de alivio recorrió la sala, pero fue efímero. La pregunta seguía en el aire.
—Entonces, ¿por qué no despierta? —preguntó Guillermo, la voz teñida de frustración.
Todas las miradas se vol