Cuando Horus y Senay se marcharon, el ambiente, que había estado lleno de la energía eléctrica de la farsa y la amenaza, se disipó. Los músicos recogían sus instrumentos; los meseros limpiaban las copas y los invitados se despedían. El murmullo de la élite de Estambul, que al principio era de admiración y envidia, se convirtió en cotilleo. La fiesta, formal y perfecta, había terminado.Poco a poco, las grandes familias se fueron. Los parientes de Senay, agradecidos y emocionados, se marcharon. El abuelo Selim se fue con una calma digna, sintiendo una paz inesperada. Finalmente, solo quedaron los Arslan, la dinastía que había orquestado el evento, ahora agotada.Set Arslan, el patriarca, se veía más rígido que nunca. Llevaba horas forzando una sonrisa para los fotógrafos, manejando a los medios y asegurándose de que el matrimonio pareciera un cuento de hadas. El cansancio era visible en las líneas duras alrededor de sus ojos.Se acercó a la mesa de honor, la cual estaba desierta, y lue
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