Mientras tanto, al otro lado de la ciudad, Ariana apretó con fuerza el pequeño bolso entre sus manos mientras subía los escalones de mármol. Su pulso iba desbocado, pero no por miedo… sino por lo que apenas unas horas se había enterado, ahora era la esposa del presidente. Cruzar esa puerta significaba enfrentarse a un hombre que no conocía, pero que ahora llevaba su apellido.Cuando el guardia abrió la puerta principal, la joven avanzó con paso inseguro. El eco de sus tacones resonó por el pasillo hasta detenerse frente al amplio salón. Allí, sentado con una elegancia natural, estaba Leonardo, el presidente de la nación. Su presencia llenaba el lugar sin necesidad de hablar. Tenía el rostro relajado, la mirada fija en la mujer que estaba frente a él, una rubia de piernas cruzadas y sonrisa insinuante.La mujer lo miraba con una confianza descarada, con esa seguridad. Ariana lo observó en silencio. Su traje oscuro, la camisa blanca perfectamente ajustada, el gesto firme. No parecía el
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