Capítulo 32. ¿Otra copa?
Me dejé caer de espaldas sobre la cama, la respiración todavía entrecortada, sintiendo el calor de su piel evaporarse lentamente en el aire. Ella se acomodó a mi lado, aún sin vestirse por completo, con la toalla entre las piernas como una coraza ligera. La habitación olía a vapor y vino, a nosotros, y por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía quedarme en el momento sin tener que romperlo.—¿Otra copa? —pregunté, señalando la botella que había quedado sobre la mesita.Ella asintió, apenas, y me levanté a servirnos. Cada movimiento era consciente, mesurado, como si cualquiera de nosotros rompiera el ritmo, todo se desmoronaría. Le pasé la copa, y nuestras manos se rozaron un segundo, suficiente para que un escalofrío recorriera ambos cuerpos. No había necesidad de palabras; el roce lo dijo todo.Se recostó, apoyando la cabeza en la cabecera de la cama, y me miró de reojo mientras tomaba un sorbo. Sus ojos brillaban en la penumbra, intensos, peligrosos, y yo me perdí en ellos ant
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