Capítulo 31. Lo que queda después del fuego
La habitación todavía vibraba con los últimos latidos del orgasmo cuando ella se apartó. Ni un segundo de tregua. Ni un respiro compartido.
Ginevra rodó hacia un lado, acomodándose sobre su espalda, con el brazo cubriéndole la frente como si necesitara bloquear la luz, el aire, el recuerdo inmediato de cómo me había dejado entrar en cada rincón de su cuerpo. Su pecho subía y bajaba con violencia, tratando de volver a un ritmo normal. Un ritmo que no fuera el mío.
Yo me quedé quieto, boca arriba también, respirando igual de agitado, pero con una diferencia abismal: yo sí quería quedarme en ese después. Ella no.
El silencio se instaló como un invitado no deseado. Se escuchaba el golpeteo lejano del tráfico nocturno, el eco de nuestra respiración, y algo más… como si el colchón tuviera memoria y guardara la temperatura exacta del atrevimiento que acabábamos de cometer.
Ella pasó una mano por su cabello, empujándolo hacia atrás, todavía sin mirarme. Como si mirarme significara admitir alg