Capítulo 35. Leandro el idiota.
No podía concentrarme en nada. Cada intento de enfocarme en mi computadora terminaba con mi mirada desviándose hacia la puerta de su oficina, imaginando cada pequeño gesto que hacía mientras entraba. La veía tras mis gafas de sol mentales, mientras caminaba por la oficina, con pasos medidos, con esa mezcla de autoridad y fragilidad que me desarmaba. Tenía que acercarme. Tenía que decirle algo. Cualquier cosa.
Me levanté de la silla con esa sensación absurda de determinación que me había acompañado toda la semana. Caminé hacia su oficina, intentando controlar el latido que me retumbaba en el pecho. Cada paso era una mezcla de miedo y deseo, de necesidad de acercarme y el pánico de que me rechazara.
Llegué a la puerta. Mi mano se alzó, temblorosa, como si temiera tocarla demasiado fuerte. Giré el picaporte. Estaba cerrado. Con seguro.
Me quedé paralizado. La cerradura me golpeó como un martillo. Seguro. No era casualidad. No era un olvido. Ella no quería que nadie entrara. No quería ver