Orlando condujo en silencio durante todo el camino, con la mirada fija en la carretera y los dedos, apretando con fuerza el volante, como si cada semáforo fuera una excusa para mirarla de reojo.Sídney, sentada a su lado, observaba el paisaje nocturno pasar por la ventana: luces, sombras, y su propio reflejo mezclado con los recuerdos que intentaba olvidar.Cuando llegaron, Orlando detuvo el auto frente a la casa. El motor se apagó, y el silencio se volvió más incómodo que cualquier palabra que pudieran decirse.Él bajó primero, rodeó el vehículo y abrió la puerta para ella.—Sídney —dijo, con voz suave, pero firme—, ha sido un placer cenar contigo.Ella sonrió, apenas, como si esa sonrisa pesara demasiado.La noche estaba tibia, el aire olía a lluvia, y por un segundo, los ojos de Orlando se iluminaron con una decisión que no necesitó palabras.Se acercó lentamente, y Sídney lo supo. Supo que iba a besarla.El problema fue que, en ese instante, el recuerdo de otros labios —unos que ya
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