HACE CINCO AÑOSLos grandes salones de Plaza Planet Hotels brillaban como una catedral de riqueza. Candelabros de cristal goteaban luz, esparciendo diamantes por el suelo de mármol pulido. Las risas se elevaban entre columnas doradas, las copas de champán chocaban en un ritmo interminable, y el aire mismo parecía impregnado del perfume de rosas, cigarros y dinero.Era una boda, y la alegría—al menos para los invitados—flotaba pesada en el aire. Para ellos, era música, celebración, el amanecer de un nuevo amor.Pero para Sebastián Moretti, sentado en una silla de cuero lejos de la orquesta y la pista de baile, era caos.Levantó su vaso y tragó bourbon de un sorbo brutal. El licor quemó su garganta como fuego, pero él acogió el ardor. Lo anclaba, le recordaba que bajo la elegancia y los aplausos, aún era un hombre que había sangrado para construir su imperio. Dejó el vaso con un golpe sordo, ya alcanzando para llenarlo de nuevo.Se decía a sí mismo que estaba allí por su hijo. Que hoy e
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