Vincent permanecía junto a la ventana, mirando la ciudad, una mano en el bolsillo y la otra sosteniendo una copa de brandy. Su mente tenía mil pensamientos.
Como diamantes, el skyline de Beverly Hills se extendía más allá del cristal; la brisa nocturna movía las cortinas con suavidad. Temía por su seguridad; no podía apartar esa sensación nauseabunda de que Grim Voss la volvería a encontrar.
Al fondo, los dedos de Carlos tecleaban rápido; su rostro de cincuenta y cinco años era un mapa azul iluminado por la pantalla.
Sabía que Vincent esperaba, y eso aumentaba su inquietud. Lo que observaba en la pantalla era un mundo con el que Vincent no debía mezclarse. Tragó saliva, la mente en ebullición.
—Carlos. ¿Por qué siento que me haces esperar a propósito? —Vincent podía leer la habitación. Había crecido junto al hombre durante los últimos treinta y cuatro años y lo conocía por dentro y por fuera.
—¿Lo encontraste? —la voz de Vincent era baja, pero apremiante.
Carlos no levantó la mirada.