No entendía cómo había llegado a ese punto.De pie, en medio del lujoso comedor de los Dimonte, rodeada por miradas que podían cortar como cuchillos, solo quería desaparecer. Pensé que después de aquella cena, nos marcharíamos, pero no… las mujeres de la familia decidieron quedarse tomando el postre. Y yo, por educación, tuve que quedarme.—Isabela, cariño, ¿no probarás el pastel de moras? —preguntó una de las tías, con una sonrisa que olía a veneno.Asentí levemente, fingiendo cortesía.No quería parecer grosera, menos en esa casa donde cada gesto parecía un examen.Serví un trozo pequeño, pero el sabor del pastel era tan exquisito, tan suave, que no pude resistirme a pedir otro. Apenas pronuncié las palabras, noté cómo todos los ojos en la mesa se clavaron en mí. La madre de Lorenzo me observaba con una mezcla de asco y sorpresa.Tragué saliva. El aire pesaba.—Qué apetito tan... particular tienes, querida —murmuró con desdén, bajando la taza de té con elegancia, pero con una punzad
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