No dormí nada.El amanecer me encontró acurrucada en el sillón, con el cuerpo entumecido y el alma hecha pedazos. Aún podía sentir su respiración mezclada con la mía, su calor pegado a mi piel, como una huella invisible que me recordaba lo que había pasado. La noche había sido una locura, una confusión entre deseo, necesidad y mentiras. Cuando abrí los ojos, el reloj marcaba las diez de la mañana. La luz se colaba por las cortinas, suave pero implacable, revelando el desastre de la habitación: copas vacías, ropa desordenada, un perfume que no era mío.Me levanté con torpeza, tratando de no pensar demasiado. Caminé hacia el baño y abrí el grifo de la bañera. El sonido del agua llenando el espacio me pareció casi terapéutico. Me miré al espejo. Tenía los labios hinchados, el cabello revuelto y un brillo extraño en los ojos. No sabía si era tristeza, culpa o algo peor. Me quité la bata con lentitud, observando cada rincón de mi cuerpo. Las marcas estaban ahí: rojas, moradas, intensas. Pe
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