CAPÍTULO — La mujer que ya no tiembla Victoria se puso de pie con una serenidad que no era calma sino determinación, esa que solo se consigue después de haber caminado sobre cenizas, avanzó hacia el estrado sin mirar a nadie, sin pedir permiso con los ojos, sin suplicar atención, porque lo que iba a decir no necesitaba aprobación, necesitaba contarse aunque doliera, necesitaba salir como una verdad que había crecido en silencio durante meses hasta volverse imposible de tragar. Apoyó las manos sobre la madera del estrado, sintiendo el latido fuerte en las palmas, como si su cuerpo entero supiera que ese era el momento en que ya no podía mentirse más, en que no podía esconder la herida con maquillaje ni con sonrisas públicas, porque había algo que no se negociaba y era la verdad de su dolor. —Yo confié… —comenzó con una voz firme que llevaba tristeza, pero no fragilidad—. Confié como confía alguien que ama, como confía alguien que no vive esperando traiciones, como confía quien cree q
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