CAPÍTULO — Los restos del naufragio
El tribunal todavía vibraba con las palabras de Victoria cuando Ricardo se levantó de su asiento sin permiso, como si el cuerpo le hubiera reaccionado antes que la cabeza, con la cara desencajada y los ojos ardiendo de una rabia desesperada que ya no sabía hacia dónde disparar, y al hacerlo no miró al juez ni a los abogados, sino directamente a Valerie, como si en ella se concentrara de golpe todo el miedo que hasta hacía minutos había intentado negar.
—Yo no sabía nada de esto —escupió, alzando la voz con un tono que ya no tenía autoridad sino pánico—. Juro que no sabía nada de esto.
Valerie giró despacio hacia él, con una sonrisa torcida que no tenía nada de dulce, una mueca amarga nacida de la certeza brutal de que todo estaba perdido y de que ya no valía la pena fingir, y por primera vez no fue la mujer elegante que todos conocían sino una sombra herida que empezaba a morder sin darse permiso.
—¿Que no sabías? —repitió, dando un paso hacia é