CAPÍTULO — “Mi lugar” La casa estaba envuelta en un silencio suave después de la cena, un silencio doméstico, cálido, como si cada rincón hubiera recuperado una respiración normal después de semanas difíciles. Ernesto permanecía sentado en su silla, con una manta gris cubriéndole las piernas. La luz cálida del comedor dibujaba sombras delicadas sobre su rostro, marcando la enorme mejoría que había logrado en poco tiempo. Clara lo observaba desde cerca, vigilante, cuidando cada gesto, cada microexpresión, como si temiera que un parpadeo pudiera quitarles lo recuperado. Felipe, en cambio, iba y venía desde la cocina con su teatralidad habitual. Movía las caderas como si estuviera participando de un musical invisible, murmurando comentarios irónicos que solo él entendía, abriendo cajones como si fueran telones y levantando platos como si estuviera entregando premios. Y Samuel… Samuel no estaba bien. No había dicho una sola palabra desde que Julián Díaz —abogado, empresario, amigo
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