Una hora más tarde, Adrián se levantó del sillón del despacho con un gesto decidido. El silencio de la mansión parecía amplificar el eco de sus pasos mientras subía las escaleras. Cada peldaño sonaba como una sentencia inapelable. No dudó ni un segundo en dirigirse hacia la habitación que compartía con Miranda.Abrió la puerta de un golpe seco y luego la cerró con brusquedad, haciendo temblar el marco. El chasquido del cerrojo resonó como un encierro definitivo.Miranda estaba recostada sobre la cama, cubierta con un camisón de seda color marfil. Fingía leer un libro, aunque sus ojos llevaban varios minutos perdidos en la misma línea. Al escucharlo, giró lentamente el rostro hacia él, y su corazón se aceleró con esa mezcla de ansiedad y cansancio que solo Adrián podía provocarle.Él llenó el espacio con su sola presencia. Tenía el ceño fruncido, el porte rígido y esa aura de autoridad que parecía apropiarse de cada rincón de la habitación.—Tenemos que hablar —dijo con voz grave, cada
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