Han pasado algunos dias desde que habia mandado a remodelar una habitacion para el taller de miranda, pero su esposa, aquella mujer que durante años se había mantenido a su sombra, parecía ahora otra persona. No discutía, no gritaba, no exigía. A simple vista, todo indicaba que lo había aceptado todo: el apellido, el rol, la obediencia. Sin embargo, había algo en su mirada, en la calma estudiada con la que lo observaba, que lo descolocaba.Adrián no era ingenuo. Sabía leer a las personas. Su instinto empresarial dependía de eso. Y cada fibra de su ser le gritaba que Miranda fingía.—¿Todo en orden, señor Belmonte? —preguntó Carlos, su asistente personal, cuando lo vio llegar a la oficina con el ceño fruncido.Adrián dejó caer la chaqueta sobre el respaldo de la silla y se sentó sin mirarla. —¿Por qué lo preguntas?—Lo noto… diferente —dijo él con cautela, bajando la mirada hacia la libreta que llevaba en las manos—. Está más irritable que de costumbre.Adrián apretó los puños sobre e
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