La luz de la mañana se cuela a través de las cortinas, tibia y dorada, acariciando mi piel con esa delicadeza que solo los días tranquilos parecen tener. Me estiro en la cama con una sonrisa suave, aún sintiendo el calor del recuerdo de la noche anterior. La canción, el beso, sus palabras. Todo pesa en mi pecho como algo valioso, como un secreto que no quiero soltar.Cuando bajo al comedor, Nikolay ya no está. Lara me dice que ha salido temprano a una reunión urgente, pero que dejó dicho que volvería antes del mediodía. Me limito a asentir, tratando de ignorar esa punzada de inquietud que siempre me deja su ausencia.Desayuno sola, con la guitarra apoyada junto a la mesa. Y después de un rato sin mucho que hacer, me calzo unas zapatillas, me pongo una sudadera ligera y salgo al pueblo. Solo quiero dar una vuelta, estirar las piernas, despejar la cabeza. Puede que incluso comprar un helado, aunque no tenga sentido a esa hora. A veces lo dulce ayuda a pensar.Callejeo tranquila, sin pri
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