Escuché el ruido del motor antes siquiera de verlos. Dos puertas se cerraron casi al mismo tiempo, y mis sentidos se tensaron como un reflejo. No era miedo. Era la costumbre que se instala en la piel cuando has vivido demasiadas amenazas. Me asomé desde el salón justo cuando Nikolay apareció desde el pasillo, ajustándose la chaqueta como si se estuviera preparando para una batalla.—Están aquí —anunció.—¿Quiénes?—Dos de los míos. Viktor y Pavel. De los pocos en quienes puedo confiar con los ojos cerrados.La puerta se abrió y entraron. No necesitaba que los presentara para saber que no eran tipos comunes. El primero era alto, enorme como un muro, con barba recortada y ojos grises, fríos. El segundo, más joven, más ágil, con una sonrisa torcida que no me convenció del todo.—Bianca, ellos son Viktor y Pavel —dijo Nikolay, acercándose—. Desde ahora, están contigo tanto como conmigo.Asentí, midiendo sus gestos, sin fingir cortesías.El más grande, Viktor, me miró y asintió con respeto
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