A pesar de todo lo que había dicho durante el trayecto, Ezra no se calló ni un solo instante.Parecía incapaz de guardar silencio, como si le diera miedo quedarse a solas con sus propios pensamientos. Su voz se convirtió en un zumbido constante, una molestia que se entrelazaba con el traqueteo de las ruedas del carruaje y el silbido del viento. Por momentos quise lanzarlo fuera del vehículo en movimiento, pero me contuve. Por más irritante que fuera, debía admitir, aunque me costara, que Ezra era útil. Muy útil.Era ese tipo de persona que, pese a sus defectos, siempre lograba conseguir lo que se proponía. Y en este mundo, eso valía más que cualquier amistad o simpatía.Cuando finalmente llegamos al palacio, lo hicimos como de costumbre, accediendo por una de las entradas traseras, lejos de la vista de ojos curiosos. Era impensable presentarnos por la puerta principal con estos harapos que llevábamos puestos, manchados de polv
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