Pedro e Ilse abandonaron la mansión poco después, sus pasos resonando en el frío corredor mientras la noche los envolvía.Manuel los vio desde el balcón, la brisa acariciándole el rostro, llevándose consigo el eco de los pasos de quienes se marchaban, le dolía, aún dolía ver como su madre siempre prefirió a un hombre en lugar de a su propio hijo.A su lado, Mayte permanecía firme, con la mirada clavada en él, tan silenciosa y sólida como un ancla en medio de la tormenta.Tocó suavemente su hombro, un gesto que parecía decir más de lo que las palabras podrían.Él la miró, y en ese instante, un abrazo surgió de manera casi instintiva, como si ambos necesitarán confirmar que seguían ahí, juntos, contra todo.—Ganamos —susurró Manuel, la voz cargada de una mezcla de alivio y fatiga, como quien ha peleado demasiado y apenas puede disfrutar la victoria.—Esto no es ganar —respondió Mayte, con un hilo de voz tembloroso pero firme—. Al menos… nos tenemos a nosotros mismos.Manuel sonrió con su
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