Pedro llegó a la mansión con el ceño fruncido, sin imaginar que aquel día su vida iba a cambiar para siempre.
El aire estaba denso, cargado de tensión.
Apenas cruzó el umbral, escuchó los pasos acelerados de Fely que se acercaba desde el pasillo con el rostro desencajado y los ojos húmedos.
—¡Pedro, mira, mira esto! —exclamó ella, extendiendo el teléfono con las manos temblorosas.
Él intentó esquivarla, cansado de los dramas que siempre lo perseguían. Pero algo en el tono de su voz lo detuvo.
Tomó el celular sin ganas, con un gesto de fastidio... hasta que vio la imagen congelada en la pantalla.
En un segundo, su mundo se detuvo.
Pamela. Allí estaba ella, en un video que ya circulaba por internet, mirando directo a la cámara con un rostro cansado, devastado, como quien está a punto de confesar el peor de sus pecados.
—Mi nombre es Pamela Ochoa —decía la mujer con la voz quebrada—. Yo… mentí en la fiesta de colección de Bella Antica. Difamé a propósito a Manuel Montalbán, con el objeti