Mayte no lograba dormir. Había dado vueltas en la cama hasta el cansancio, pero algo en su pecho le oprimía el corazón.
Era una angustia silenciosa, como si una sombra pesada se hubiese instalado dentro de ella.
Tenía un mal presentimiento. No sabía por qué, pero esa noche el aire se sentía distinto… más denso, más oscuro.
Ilse y Pedro no estaban en la mansión. En teoría, aquello debía darle tranquilidad, pero no fue así. Sentía miedo. Un miedo de perder a su pequeño hijo, uno que nacía del alma y le erizaba la piel.
Se levantó con cuidado para no despertar a Manuel.
Él dormía profundamente, agotado por los días de tensión que habían vivido. Mayte le miró por un instante, respiró hondo y salió del cuarto.
Necesitaba ver a su hijo, necesitaba asegurarse de que Hernando estaba bien.
El pasillo estaba casi a oscuras, apenas iluminado por la luz tenue de la luna filtrándose entre las cortinas.
Caminó despacio, sosteniéndose el pecho con una mano, como si intentara calmar su propio corazón.