Manuel salió de la habitación con paso firme y el rostro tenso.
En el pasillo se cruzó con Pamela.
—Manuel —lo llamó ella, intentando sonar tranquila.
—Ven conmigo, hablemos —respondió él sin mirarla.
Pamela lo siguió, pero antes de avanzar miró hacia la escalera.
En lo alto estaba Mayte, inmóvil, observándolos. Pamela esbozó una sonrisa triunfante, una mueca cargada de soberbia, convencida de haber ganado.
Sin embargo, Mayte solo sintió repulsión.
No entendía cómo una mujer podía ser tan fría, tan capaz de usar a un niño para manipular a los demás.
Mientras Pamela se alejaba con Manuel, Mayte caminó hacia la habitación de su hijo.
El pequeño Hernando dormía profundamente, con el rostro sereno y los puños sobre la almohada.
Al verlo, una oleada de ternura la invadió, pero también un miedo profundo.
No quería que su hijo sufriera por los errores y engaños de los adultos.
«Es tan pequeño… —pensó—. Quizás no recuerde todo esto algún día. Pero, ¿cómo explicarle la verdad cuando crezca?».
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