Martín se levantó de un manotazo y la mesa tembló bajo la fuerza del golpe. El ruido cortó la habitación como un grito contenido, y él bramó, con la voz rota por la rabia:
—¡No puedes hacer esto, abuela! —dijo, herido y feroz—. ¡Esta también es mi empresa!
La abuela, sentada con la espalda recta y la mirada fría, respondió sin perder la compostura que le daban los años y el poder:
—¡Es mi empresa mientras yo viva! —replicó con voz firme—. Y yo decido lo que hago. Manuel será el nuevo presidente, y tú el CEO. ¿Qué sucede? ¿No te parece justo? Después de cómo casi la arruinas… Manuel no viene a disfrutar la gloria de Bella Antica; viene a trabajar y a limpiar tu desastre.
Las palabras le cayeron a Martín como una tajada de sal. Se quedó sin aliento por un segundo; luego la furia volvió, más seca, más amarga.
—¡Eres tan injusta! —escupió—. Esto nunca te lo perdonaré.
Antes de que la discusión se calmara, Martín volvió la mirada hacia Mayte. Con un gesto violento le lanzó una hoja, que cay