El lunes amanece con esa luz quieta que no promete nada y, por lo mismo, me sirve. Me guardo el cuaderno en el bolso y salgo con la sensación exacta de estar poniendo los pies en un mapa que dibujé el fin de semana: conservar evidencia, pedir lo que duele, entrar por Mesa de Partes, y sostener el hilo de P2 sin perder de vista otro nombre que insiste desde hace un tiempo: Fabián.En Monitoreo me recibe el técnico de guardia con una cortesía que no es deferencia, es autoprotección. Le pido el acceso a la consola de cámaras del pasillo de P2 en la franja de la madrugada del paro de Saúl Montero, pero antes quiero otra cosa: las pantallas que cubren los días de Fabián, ese caso que alguien archivó con apuro de quien tapa un espejo. Me abre el módulo de consulta. El cursor parpadea con paciencia de máquina que no conoce el apuro humano. Pido por fecha y por ubicación. El sistema trae mosaicos: pasillos, sala, bodega. Cinco segundos de imágenes, cuatro de vacío. Pausa. Adelanto. En la pant
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