Salgo temprano porque conozco la forma en que se trabaja en este hospital: trámites que deberían tomar veinte minutos se estiran una hora; correos que parecen respuestas son avisos disfrazados. Ordeno la mesa antes de irme; la taza queda boca abajo, el cuaderno abierto en la página donde anoté tres verbos: pedir, verificar, insistir. Wilson me sigue hasta la puerta, golpea el suelo con la cola. Cierro y decido que el día tendrá estructura, aunque el edificio se empeñe en lo contrario.La ciudad no tiene nombre. A estas horas, el tránsito avanza con una disciplina sin entusiasmo. Conduzco y, en el primer semáforo largo, repaso mentalmente el correo que me mandé anoche: un resumen para no desviarme. Reestructuración del ingreso especial en RR.HH.; revisar en Sistemas los logs del 28 y 30; ir a Urgencia a seguir el nuevo caso que apareció en la planilla de Calidad: Fabián Inostroza. Vuelvo a subrayar mentalmente el apellido. Lo dejaré fijo, para que no vuelva a pasarme lo de la firma del
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