Voy camino al archivo de hospitalización psiquiátrica. Solicité revisar una copia del expediente físico de Arturo Figueroa Sanz. No es un procedimiento necesario, pero tengo la impresión de que ahí hay algo que no está en los registros electrónicos. Doblo por el pasillo lateral que conecta con la estación de enfermería. Y entonces lo veo.
Tomás.
Está frente a la máquina dispensadora de café, con el polerón azul abierto sobre el uniforme. Tiene una libreta en la mano, pero no escribe. Solo está ahí, como si el cuerpo estuviera sostenido por algo más que el suelo. Irradia una calma construida, como si llevara entrenando años para sostenerse en medio del caos.
Desde donde estoy, él no puede verme. Me detengo junto a una columna, ajustando los papeles de la carpeta que llevo, no porque lo necesite sino porque me da una excusa.
Una interna se le acerca. La reconozco: rotación corta, rostro nuevo. Habla con tono bajo. Él responde, breve, con una sonrisa mínima. Ella ríe, baja la vista y se