Capítulo 15. LA CALMA.
La calma no es paz, es un respiro antes de la próxima tormenta. Y en Palacio, hasta el silencio está programado.Los días siguientes a la humillación de Marta y Elena fueron extraños. Como si alguien hubiera retirado una piedra del zapato: podíamos caminar, pero sabíamos que no habíamos llegado a ningún lado. La casa estaba más tranquila, sí. El veneno de las dos arpías había desaparecido y eso se notaba en el aire, en el tono de los escoltas, hasta en las comidas.Carlos se volvió otro hombre. O, mejor dicho, intentó serlo. Pasaba más tiempo conmigo, compartía la oficina, me buscaba en las comidas. Ya no había secretarias de piernas largas dando vueltas; en su lugar estaba Martín, serio, eficiente, más ocupado en revisar informes que en calentar sillas. Entre los tres —Carlos, Martín y yo— sacábamos adelante reuniones, presupuestos, agendas. Era funcional, casi cómodo.Compartíamos la habitación. Y aunque yo seguía marcando mi límite, él lo usaba para acercarse. Invitaciones a ver pe
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