POV – CAMILA.

El Palacio amaneció distinto esa mañana. Había banderas nuevas ondeando en la entrada, más cámaras de las que suelo tolerar, y un ejército de hombres de traje oscuro revisando hasta las jardineras. Diego, el famoso príncipe del Reino Unido, llegaba al país, y con él, toda la jauría de prensa internacional.

Amelia entró a mi habitación temprano, cargando un vestido que parecía hecho para aplastar miradas. Azul profundo, corte ajustado a la cintura, hombros descubiertos, joyas mínimas. No lo dudé. Ese día no era momento de parecer esposa complaciente, sino figura de poder. Me lo puse con calma, observando en el espejo cómo cada pliegue me dibujaba distinta. No necesitaba ser la más hermosa; necesitaba ser la más imposible de ignorar.

Al bajar las escaleras hacia el vestíbulo principal, lo sentí: todas las miradas giraron como si fueran engranajes oxidados. Carlos me esperaba en la entrada con su sonrisa forzada, la de los discursos, no la de la cama. Se acercó, me tomó de