A la mañana siguiente, Luciana y Dylan desayunaban tranquilos en el departamento. Ella apenas tocaba su café, jugueteando nerviosamente con el asa de la taza, mientras Dylan devoraba despreocupadamente unas tostadas. —Debería llamar a mi hermano ahora... —murmuró ella, más para sí misma que para él. —¿Seguro que no quieres esperar un poquito más? —bromeó Dylan, arqueando una ceja divertida. Luciana le lanzó una mirada asesina antes de sacar su teléfono y marcar. Dylan cruzó los brazos, apoyando los codos en la mesa, dispuesto a disfrutar del espectáculo. Cuando Joaquín atendió, Luciana adoptó una voz suave, aniñada y un tanto tímida que Dylan no había escuchado jamás. —¡Hola Joaco! —saludó, sonando como una adolescente nerviosa. Dylan apenas pudo contener la carcajada, llevándose el puño a la boca para disimular, pero sus ojos bailaban de diversión. Luciana le lanzó otra mirada de advertencia mientras hablaba con su hermano. —Sí, sí, estoy bien... no, no estoy sola... sí, Joac
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