Horas después.
La noche caía lentamente sobre la ciudad de Los Ángeles, envolviendo los rascacielos en una mezcla de luces cálidas y penumbra. En el interior del lujoso edificio donde vivía Dylan, todo estaba en calma… hasta que el sonido del portero eléctrico interrumpió el silencio.
Dylan, sentado en el sofá con una copa de vino a medio terminar, frunció el ceño. No esperaba visitas a esa hora. Caminó hacia el panel y presionó el botón para hablar.
—¿Quién es?
—Soy yo —respondió una voz suave, que no necesitaba presentación.
Dylan se quedó inmóvil por un segundo. Luego, sin decir una palabra más, presionó el botón para abrir la puerta del edificio. Un par de minutos después, escuchó los pasos en el pasillo, y finalmente el suave golpeteo en la puerta.
Cuando abrió, Luciana estaba ahí. Envuelta en un abrigo claro, con el cabello un poco revuelto por el viento y los ojos más oscuros de lo habitual. No parecía alterada, pero sí cargada de algo. De peso, de historia, de pas