Tres días después...
Luciana se sentó frente a su hermano en un restaurante con terraza privada. El atardecer bañaba las mesas de tonos dorados, y una brisa suave traía el aroma de flores de algún jardín cercano. Pero en su interior, Luciana no podía estar menos tranquila.
Desde que Dylan regresó esa madrugada, desalineado y con la mirada cargada de cosas que no quiso decir, su mente no había descansado. Sabía que Joaquín había tenido algo que ver. Y no pensaba dejar pasar la oportunidad de averiguar qué.
—¿Qué le hiciste? —preguntó sin rodeos, ni siquiera había abierto el menú.
Joaquín se recostó en la silla como si no fuera gran cosa, tomando un sorbo de vino tinto con toda la calma del mundo.
—¿De qué hablas?
—No te hagas el tonto. Dylan. Esa noche contigo. No quiso hablar. Ni una palabra. Y tú llevas días evadiendo el tema.
—Ya, ya... —rió él suavemente—. Tranquila, hermanita. Tu prometido sigue con todas sus extremidades intactas.
Luciana lo fulminó con la mirada.
—Joaqu