Apenas cruzaron la puerta del departamento, Luciana cerró con seguro y se adelantó unos pasos. —Puedes ponerte cómodo —dijo en voz baja, mientras se encaminaba hacia la cocina integrada, cargando aún las flores entre sus manos. Dylan asintió en silencio, dejándose caer en el sofá de la sala. Sus ojos, esta vez, recorrieron el lugar con atención. Era un espacio acogedor, decorado con colores suaves, lleno de pequeños detalles que hablaban de la persona que lo habitaba: velas aromáticas, libros apilados en una repisa, una manta tejida sobre el sillón… Un rincón cálido, muy diferente a su propio departamento, siempre tan frío y funcional. Mientras Luciana ponía las flores en agua y empezaba a preparar el café, Dylan se levantó y empezó a caminar lentamente por la sala. Una pequeña repisa llamó su atención. Sobre ella, entre algunos adornos, había un portarretratos sencillo. Se acercó, curioso, y al enfocarse en la imagen, frunció el ceño, intrigado. En la foto, dos niños —un niño y
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