La mañana siguiente
Luciana se encontraba frente al espejo, alisando nerviosamente las arrugas inexistentes de su vestido.
Dylan, impecable como siempre, se acercó por detrás y apoyó una mano en su cintura. Su contacto le transmitió una seguridad silenciosa.
—Estás perfecta —le murmuró al oído, provocándole una sonrisa fugaz.
La invitación a almorzar había llegado formalmente esa misma mañana: una comida familiar en la mansión Richard, organizada "casualmente" tras la intromisión de Sarah.
Luciana sabía que en esa familia pocas cosas eran verdaderamente casuales.
Además, ese día sería diferente: tendría lugar su presentación oficial ante el abuelo, el verdadero dueño del imperio Richard, el hombre que había impuesto la peculiar condición de matrimonio para heredar la empresa.
Al llegar, fueron recibidos por la madre de Dylan, una mujer elegante y de mirada afilada que, aunque sonrió cortésmente, no pudo evitar examinar a Luciana de pies a cabeza.
Poco a poco, el salón comenzó