Dentro de la oficina de Dylan
El sonido del seguro deslizándose en la puerta fue lo único que rompió el silencio incómodo cuando Dylan cerró tras de sí.
Camila, de pie junto a su escritorio, recorría el lugar con una mirada lenta y apreciativa, como si estuviera recordando viejos tiempos.
—Vaya, tu oficina sigue oliendo igual —dijo en tono sugerente, acercándose con pasos deliberadamente sensuales.
Dylan se mantuvo inmóvil, la mandíbula apretada.
—Camila —dijo con tono bajo pero firme—. Esto no debió pasar. Max no tenía derecho a traerte aquí.
Camila soltó una risa suave, ladeando la cabeza.
—¿De verdad, Dylan? —preguntó con falsa inocencia—. Sólo vine a verte. Después de todo lo que compartimos... pensé que merecía al menos una llamada.
Dylan avanzó un paso hacia ella, su expresión endurecida.
—Lo que compartimos quedó en el pasado —dijo con una firmeza que ni él mismo había usado antes—.
Ya no soy ese hombre, Camila. No quiero serlo.
La mujer alzó una ceja, divertida, sin