NOLAN No sé ni cómo he regresado aquí, a este bar que huele a sudor de recuerdos, donde la iluminación escupe su eterno temblor amarillo sobre rostros borrosos, hombros demasiado cerca, vasos que chocan, risas que suenan falsas, silencios que gritan más fuerte que todo lo demás, y en medio de esta niebla saturada de sonidos, cuerpos y olvido, ella: Tania. La que ya me había mirado hace un momento, un poco demasiado tiempo, un poco demasiado directo a los ojos, con esa mirada que no busca seducir sino sobrevivir, atrapar a alguien que sangra de la misma herida, y creo que vio, sí, que adivinó que estaba hueco por dentro, vacío hasta el hueso, listo para ahogarme en la más mínima mano extendida siempre que me prometiera un instante de olvido. Me quedé, porque ya no tenía la fuerza para huir, ya no tenía la rabia para decir no, ya no tenía el valor para regresar, así que se acercó, se sentó a mi lado como si fuera normal, como si estuviera previsto, como si fuéramos dos náufragos v
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