NoraÉl no me responde.  Él no me agradece.  Él no me despide.Cierra el expediente con una lentitud metódica, casi clínica, como si acabara de sellar un espacio mental que no tiene la intención de volver a abrir, no tan pronto, no hasta que no haya comprendido lo que, en mí, todavía resiste a caer.Luego, sin una palabra, sin una mirada, sin la menor inflexión en su postura o su aliento, se levanta, ajusta con un gesto silencioso la manga perfectamente cortada de su chaqueta, y simplemente dice:— Venga.Sin explicación.  Sin justificación.  Solo esa palabra, cincelada, suspendida en el aire como una baliza o un umbral.Me levanto, yo también, porque no sé no obedecer a esa voz, a esa autoridad seca, sin violencia, pero sin fallas tampoco.  Pero interiormente, todo se contrae, se tensa, se eriza.Creo que esperaba algo más, un comentario, una validación, un eco sutil, una traza de inquietud o reconocimiento en sus pupilas, algo que hubiera confirmado que mi presencia había despl
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