Hugo

El silencio reina.

No ese silencio vacío que espera a ser llenado.

No.

Un silencio cargado, suspendido, tejido de tensiones invisibles como una capa de vidrio posada sobre brasas.

Soy yo quien lo ha elegido.

Lo he moldeado, esculpido, impuesto.

Como un escudo.

No he encendido la luz.

El día puede avanzar sin mí.

Todavía es muy temprano para los simulacros, para las sonrisas forzadas y las posturas aprendidas.

Y ya es demasiado tarde para fingir que nada se ha movido.

El sol recorta el suelo oscuro en rectángulos perfectos, implacablemente geométricos, como si el espacio mismo obedeciera a un plan de batalla invisible.

Cada rayo traza líneas de fractura.

Puntos de ruptura.

Estoy de pie, frente a la ventana, las manos en la espalda, la mirada fija.

No miro realmente la ciudad.

Miro a través.

El reflejo en el cristal es borroso, desincarnado.

Un hombre sin contornos.

Un hombre en espera.

No me muevo.

Respiro con una lentitud medida.

Me escucho respirar.

Me escuch