CamilaLos tacones de Marina resonaban al caminar, sus caderas se contoneaban a cada paso que daba. Permanecí de pie al lado del escritorio de Julián, con el corazón retumbando en el pecho, cuál tambor de guerra. Y es que eso era, enfrentaríamos una batalla contra ella. Me miró con una sonrisa triunfal antes de clavar sus ojos de arpía en él.—Aquí estoy señor Ortega —dijo con una voz falsamente dulce—. Dígame, ¿en qué puedo servirle?—Por favor, siéntese, señorita.Julián señaló la silla frente a él y Marina pareció dudar. Volvió a mirarme, pero ahora fugazmente antes de acatar la petición.—Verá, Camila acaba de decirme que posee usted información sensible, la cual podría perjudicar a la revista.—Así es, señor Ortega, por eso quisiera llegar a un acuerdo con usted.—Bien, soy todo oídos. Julián colocó los codos sobre el escritorio. Con sus manos entrelazadas frente a su rostro, la miraba fijamente. Ella debió sentirse intimidada, porque su labio inferior tembló un poco.—Me gust
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