El amanecer fue gris, cargado de nubes bajas que parecían aplastar al pueblo con su peso. Ariadna no había dormido. El recuerdo de la sombra en el río, la cadena de Elian brillando como fuego, y aquella frase que aún retumbaba en sus oídos —“resistiremos juntos”— la mantenían despierta y temblorosa.Ya no podía ignorarlo. Elian le había dado algunas respuestas, pero también más preguntas. Si de verdad había un pacto que ligaba a su familia con las sombras, tenía que confirmarlo en otro lugar, con alguien que no buscara manipularla. Y solo había un sitio donde podía intentarlo: los ancianos del consejo.Cruzó la plaza con pasos firmes, aunque por dentro todo era un torbellino de miedo. La casa comunal, donde se reunían los ancianos, se alzaba sobria y silenciosa. Golpeó la puerta tres veces. El eco fue tan pesado que por un momento pensó que no le abrirían. Finalmente, don Efraín apareció, apoyado en su bastón de roble. Sus ojos, nublados por la edad, parecieron atravesarla.—Sabía que
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