La plaza estaba casi desierta cuando Ariadna salió de la casa comunal. El viento frío levantaba polvo, y las farolas vacilaban como si fueran a apagarse en cualquier momento. Frente a ella, bajo la penumbra, Elian permanecía inmóvil, observándola.
Por un instante pensó en huir, en correr hacia su casa y encerrar el libro en el lugar más profundo que encontrara. Pero sus pies la llevaron hacia él como si no tuviera opción. Cada paso que daba acercándose era una contradicción: miedo y calma, rechazo y atracción, oscuridad y luz.
—¿Qué te dijeron? —preguntó Elian en voz baja cuando estuvo lo suficientemente cerca.
Ariadna lo miró, con los ojos cargados de dudas y lágrimas contenidas.
—Que fuiste el guardián… que mi familia te traicionó… que ahora yo soy la última en esta cadena.
Elian sostuvo su mirada, pero no respondió de inmediato. Parecía debatirse entre hablar o callar. Finalmente, desvió la vista hacia el suelo.
—No querían contártelo. Lo hicieron solo porque ya no pueden ocultar l