Un temblor recorrió sus músculos abdominales. Su respiración, antes controlada, se quebró en jadeos ásperos. La mano que tenía en la nuca de Hespéride se crispó, los dedos enterrándose en su cabello púrpura sin intención de guiar, solo de aferrarse. Una ola de fuego líquido comenzó a ascender desde lo más profundo de su ser, imparable, inevitable. Una presión cósmica que exigía liberación.—Hespéride… —gruñó, como una advertencia ronca, un reconocimiento de su derrota inminente.Ella no se detuvo. Al contrario, intensificó su ritmo, ahondando la presión, aceptando el desafío tácito en su voz. Sus ojos se abrieron para mirarlo, y en su profundidad violeta, Horus no vio sumisión, sino poder. El poder que otorgaba y, por lo tanto, controlaba.La ola estalló dentro de él, aflorando en su magnánimo atributo.Un gemido gutural, primitivo, escapó de los labios de Horus. Su cuerpo se arqueó violentamente en la silla, cada músculo en tensión extrema. El orgasmo lo atravesó como un relámpago bl
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