82. El pacto sin rostro.
El santuario que una vez es nuestro refugio, nuestro hogar sagrado, ahora parece un eco hueco de lo que ha sido, un lugar donde la sombra del niño se arrastra, invisible pero tangible, dejando huellas que sólo pueden leerse en la piel y en el alma. Es un tiempo de secretos entretejidos en el silencio, de miradas que esconden tempestades, y en medio de todo eso, siento cómo la presencia de mi hijo se extiende como una sombra sin rostro, una presencia que marca sin ser vista, que toca sin ser tocada, y que ahora comienza a devorar incluso las líneas entre los nuestros y los otros.Lo descubrimos casi por accidente, o tal vez por la insistencia de algo que me empuja a mirar más allá: ciertos enemigos caen no sólo derrotados, sino portadores de marcas en sus cuerpos, como quemaduras que no duelen pero que arden en su significado, símbolos invisibles para todos excepto para quienes sabemos cómo leerlos. Y no, no es obra de Averis ni de sus secuaces, ni tampoco de un conjuro exterior; esas
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