45. El santuario de los cuerpos despiertos.
No es con palabras, ni con promesas tan frágiles que puedan romperse al primer roce, ni siquiera con miradas que pretendan contener lo incontenible; es con hambre, un hambre que llevo retenida desde que la energía del niño nos separa, un hambre de piel y de deseo, sí, pero también de algo más hondo, algo que no sé nombrar del todo, que acaso se parezca a la comprensión, al abandono o tal vez a esa forma oscura del reconocimiento que ocurre cuando dos seres se saben ligados más allá de todo nombre y de toda frontera.Lo encuentro en la sala de los vapores, envuelto en humo y en restos de incienso que tiemblan como presencias antiguas; está con el pecho desnudo, cubierto apenas por jirones de túnica humedecida que relucen con la luz temblorosa de las llamas, y sus ojos son grietas profundas, huecos de una fe consumida y reemplazada por otra cosa, algo feroz y antiguo, algo que recuerda al animal que aprende a mirar sin miedo y que, sin embargo, conserva en sus pupilas un hambre que no s
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