39. El vientre como botín.
El cielo pesa sobre nosotros como si supiera que algo está por romperse, y no es solo el augurio de la tormenta: es la anticipación de la violencia, del deseo, de lo que siempre llega cuando se confunde la sangre con la voluntad. Las nubes, densas y cargadas, ocultan la luna como si quisieran protegernos de la claridad de lo inevitable, mientras la humedad que se adhiere a la piel mezcla olor a tierra mojada, a hierro oxidado y a sudor antiguo, a secretos que aún no se han pronunciado pero que laten en los cuerpos como tambor. Camino entre las piedras del santuario con un paso medido, largo, casi ceremonioso, sintiendo cómo la mirada de mis hermanas, mis Betas, recorre mi espalda y mi vientre, curiosa, temerosa, reverente, aunque no todas entienden del todo por qué siguen a alguien como yo. Mi vientre, caliente y vibrante, arde con una tensión que no es dolor sino presencia, un pulso que se manifiesta más allá de la carne, una fuerza que nace de mi hijo, del niño que llevo, del fruto
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