Las sombras del atardecer se deslizan por los ventanales del salón como lenguas de humo que buscan enredarse en cada rincón, recortando la silueta de Meira mientras atraviesa la sala con pasos medidos, cada uno cargado de una tensión que se siente en la piel, como electricidad estática en el aire antes de la tormenta. La luz que cae sobre su cabello lo hace brillar con reflejos rojizos, y su mirada, fija en mí, es un filo que corta más profundo que cualquier cuchillo; en ella hay deseo, sí, pero también precaución, esa cautela que solo alguien que ha conocido la traición aprende a portar con elegancia.El aire está denso, casi tangible, impregnado de un silencio que se mueve entre nosotros con la fuerza de un río subterráneo: política, poder, secretos de clan… y algo más, algo que no se nombra pero que todos sentimos, porque el deseo no espera a ser invitado; se infiltra, se propaga, se convierte en un actor silencioso en cualquier reunión de lobos. Me dicen que he sido enviada para m

La noche cae sobre el santuario con la suavidad engañosa de un terciopelo que pretende ocultar las heridas abiertas del día, y mientras el viento arrastra hojas secas contra los ventanales, las llamas de las antorchas parpadean en los corredores como lenguas vivas, proyectando sombras que parecen respirar con intención propia, que se estiran y se encogen con familiaridad inquietante, como si quisieran recordarme que no todo lo que parece conocido es seguro. Lo noto desde hace días, desde que los informes comenzaron a llegar con errores tan pequeños que uno podría pensar que son accidentes, pero no lo son. Desde que las puertas que siempre permanecían abiertas empezaron a cerrarse tras susurros furtivos, y desde que los ojos que antes me seguían con respeto ahora me escudriñan con algo más, algo cargado de cálculo y medida, como si evaluaran qué tan lejos puedo ceder antes de romperme.Una red se teje a mis espaldas, y puedo oír cómo cada hilo se tensa lentamente, como la pata de una a

No fue una decisión tomada con el corazón, ni siquiera con la mente, sino con ese pulso antiguo que late en la sangre cuando el tiempo se contrae sobre sí mismo y las fuerzas que durante generaciones han permanecido en silencio reclaman un espacio para manifestarse, un eco que atraviesa los huesos y grita desde los abismos del alma, obligando a actuar sin dudar, porque el poder que fluye en mi vientre desde la concepción del niño —ese latido que no pide permiso ni ofrece tregua— me exige movimiento, me ordena reunir a los míos, desnudar cuerpos, encender fuego, y no hay elección que pueda contradecirlo. El susurro que siento no viene de mí, sino de algo más grande, un testigo ancestral que habla a través de mi sangre y me recuerda que esta noche no es común; es un ritual de poder y de sombra, donde la voluntad se mide por la intensidad del fuego que cada uno está dispuesto a sostener.La sala circular del santuario está despojada de todo símbolo ornamental; no necesitamos más que el s

La ceniza todavía flota en el aire cuando abro los ojos, un recordatorio silencioso de que el fuego sagrado que consumió la noche se ha apagado hace horas, pero su eco palpita en mi interior con la insistencia de un tambor ancestral que no se puede ignorar, resonando en la base de mi vientre, recorriendo cada nervio, cada yema de mis dedos, en la forma en que mi respiración se agita sin motivo, como si los restos de aquel rito hubieran quedado tatuados en mi cuerpo con brasas invisibles que nadie más podría sentir. La imagen de Averis —esa aparición imposible, ese rostro marcado por soberbia y deseo, con labios que recuerdan caricias que nunca fueron mías y ojos que queman con la claridad del juicio— sigue grabada en mi mente, un tatuaje de humo y cicatrices que no puedo borrar, aunque quisiera.Me incorporo lentamente en la cama de pieles, el sudor seco pegando mi cuerpo a los muslos, y afuera, el campamento vibra con una energía extraña, eléctrica, como si las sombras mismas respira

Desde hace días, siento algo que se arrastra bajo mi piel con la suavidad y la constancia de una serpiente saciada pero que nunca se duerme del todo, algo que no puedo nombrar con palabras simples ni encerrar en la razón, algo que se mueve con un pulso propio, ajeno a mi voluntad, que aparece cuando mi mente cree estar ocupada, cuando doy órdenes, cuando camino entre los adeptos o hablo con los Alfas, y de repente me descubro extendiendo los dedos hacia el aire, acariciando un espacio vacío, estremeciéndome sin motivo, respondiendo a un llamado que surge desde lo más profundo de mi vientre sin que yo lo haya convocado. No sé cuándo comienza, quizá la noche en que sueño con su cuerpo sin verlo, o mucho antes, en un instante que mi memoria olvida pero que mi carne recuerda con precisión, y ahora cada vibración de ese llamado se entrelaza con mi respiración, con el ritmo de mi pulso, con el temblor de mis manos, y yo no puedo detenerlo.Hoy, durante el rito del círculo quinto, siento esa