30 No soy suya. Soy su espejo.
El camino me arrastra sin pedirme permiso, como si conociera cada músculo de mis piernas, cada curva de mi espalda y cada latido de mi vientre que arde sin cesar, sin apagarse, incluso cuando camino sola entre raíces que antes querían atraparme y ahora se apartan con respeto, como si reconocieran que ya no pertenezco a nadie, ni siquiera a mí misma, porque mi cuerpo ha dejado de ser prisión para convertirse en faro. La luna, derramada y alta sobre los montes, me observa con una atención silenciosa, como si yo también fuera suya, y sin embargo, no lo soy. Ya no.Cuando el sol finalmente se rinde y la sombra se extiende como un manto húmedo, llego al templo. No hay muros, solo columnas de piedra carcomida por el tiempo, cuyas grietas esconden musgo y secretos antiguos, y enredaderas que trepan como dedos húmedos por la piel de los altares, arrancando suspiros de la piedra, humedeciéndola con la memoria de ofrendas olvidadas. El aire aquí no huele a miedo ni a violencia; huele a sudor an
Leer más