25. Luna Rota.
Camino sin mirar atrás, como si la distancia fuera un hilo que se tensa con cada paso y, en lugar de romperse, simplemente se disolviera en el aire, borrando el camino que me trajo hasta aquí. Las piedras bajo mis pies ya no me hieren como antes, o quizá lo hacen y no me importa; he aprendido que sangrar, cuando es por voluntad propia, no es señal de derrota, sino un rito de limpieza, y yo he sangrado tanto, por tantos, que la herida se ha vuelto parte de mí. Mis pasos ya no dejan huellas tímidas sobre la tierra húmeda: dejan marcas hondas, como si la misma tierra quisiera recordarme después de que me haya ido.
El bosque me envuelve con su espesura antigua, ese laberinto de ramas torcidas y raíces que parecen manos saliendo de la tierra para aferrarse a lo que pasa. Aquí todo respira con un murmullo grave, voces invisibles que se filtran entre el crujido de la madera y el susurro del follaje, como si cada árbol guardara secretos demasiado viejos para ser dichos en voz alta. La luna, c