22. El altar del cuerpo
El cuerpo recuerda, incluso cuando el alma se empeña en borrar, incluso cuando la mente inventa sombras para cubrir la verdad. Recuerda el frío mordiente de las celdas y el tacto áspero de las manos que nunca pidieron permiso, recuerda el sonido de un gemido que primero suplicaba, luego se quebró en grito, y finalmente se ahogó en un silencio tan hondo que parecía no tener fin. Pero también recuerda lo otro: el temblor reverente de una entrega que no hiere, la vibración limpia de una conexión verdadera, el placer que no castiga, el gozo que se expande sin arrancar pedazos.
Es eso lo que quiero despertar hoy, lo que quiero plantar como semilla en un terreno que hasta ahora solo conoció cadenas y grilletes. Por eso camino ahora entre las ruinas de un antiguo templo, encajado en la garganta de la montaña, donde las paredes de piedra se abrazan con las raíces y el musgo, donde el viento canta con una voz hueca que huele a tierra y a humo de antorchas. El cielo se encapota sobre nosotras,